Nos imaginé a los dos, tirados en un bosque, bajo la sombra de enormes copas de árboles por las cuales penetraban finísimos rayos de sol que se reflejaban en su melena de leona. Sólo así conseguí quedarme dormido, aunque para mi desgracia, seguí fantaseando inconscientemente.
Llevé mi mano a su largo pelo rubio, pero antes de poder tocarlo aparté la mano rápidamente, pues irradiaba un calor tan intenso como el fuego. Su piel tenía una blancura exquisita, y sus pómulos tenían un tono ligeramente rosado. A simple vista, su tacto era como el de un melocotón, y no existía imperfección alguna en su rostro, ni acné, ni ojeras, ni arrugas, como si hubiese sido retocado por un diseñador gráfico. Sus labios eran finos, delicados, y me pedían a gritos que los devorase, pero la dueña no me lo permitiría. Sus ojos... sus ojos eran como pequeños cristales, y detrás de ellos se encontraban las aguas de las playas de Polinesia.
Tenía el deseo de tocarla y de darle calor, pues estábamos en pleno invierno y solo llevaba puesto un fino vestido rojo, de tirantes, muy corto, escotado, con la espalda al aire y con algunos encajes y transparencias, pero cuando me acercaba para envolverla entre mis brazos notaba una abrasadora radiación que me hacía apartarme involuntariamente. Tenía unos pálidos hombros muy sensuales, aunque se había colocado el pelo rizado sobre uno de ellos. Su espalda parecía ser de porcelana, y sus piernas parecían frágiles como esculturas de cristal.
No podía tocarla, pero necesitaba hacerlo.
sabes que esa foto me recuerda mucho a una que tenia en mi mesita de noche? xD
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